viernes, 11 de octubre de 2013

Decidí mil maneras de perder la cabeza, es más sencillo así.

Si pudiésemos retroceder. O ceder. O volver a modernos la boca, hasta desangrarnos en cualquier maldito beso. Si pudiésemos olvidar, y bebernos de un trago los chupitos, las caladas, las despedidas. Si pudiésemos romper del todo aquella parte que dejamos a medio derruir. Aquella cama a medio montar. Las instrucciones mojadas por la lluvia que nos vio huir. Alejarnos. Si pudiésemos devolver, vomitar, todas esas antipatías y orgullos, y quedarnos desnudos, desprotegidos, necesitando abrazarnos para subsistir, a base de tenernos el uno al otro. Y nada más. Joder. Si pudiésemos perder los trenes que se estrellaron contra la distancia. Si pudiésemos desafinar las canciones en las duchas que no compartimos. Tardé más de media vida en aprender a atarme los cordones que me sujetaban a ti sin que dejasen marca. Pero no podemos. Nada de eso. Hay una mitad en mi vida, vacía, que no parece la mitad, sino la totalidad de ella.

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